miércoles, 9 de septiembre de 2015

Conversión de un humano en sí mismo

Es cuestión de la fugacidad itinerante del alma
que expira sistemáticamente los plazos que tienen las dudas
para caducarse y engendrarse de nuevo.
Ahora las ves y ahora ya no las ves.
Y ahora mejor me traslado a morir a otro sitio.

Cuando el hombre ha encontrado un suelo estable
sobre el que conrear unas cuantas pasiones
y más de un pecado capital,
cuando cree haber ahuyentado las ironías
y la debilidad del espíritu,
acaba por amanecer un día
como un humano desdichado
y se lanza al vacío
y se bebe sus sueños
y construye un engranaje sobre su espalda
para atar en un fardo
toda la felicidad y todos los poetas
de los que dispone;
se decapita a sí mismo 
y deja que el cuerpo se le vaya convirtiendo
en poco más que una columna vertebral
y un puñado de huesos ensamblados,
para surcar así los cielos solo con la cabeza en el aire
manejada como una cometa;
se desata los nudos invisibles de las presiones sociales absurdas
y de la magia irreverente de la política hastiada
y sale a cazar una brizna de esperanza
detrás de cada esquina;
acaba con las voces mezquinas de la inconsciencia
y suelta el lastre de lo que fue 
bajo la mansa ignorancia de quien no conoce más horizontes 
que los propios.

Es así y entonces cuando nos da por buscar
lo que siempre anhelamos: la libertad,
y nos da por ser lo que siempre habíamos deseado:
nosotros mismos.

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