Me he mirado desde los ojos de otro
que han visto cómo me asomaba a los tuyos
y saltaba
y me abocaba a tu risa y a tus dientes
y el mundo se movía
como si esas montañas de gigante adormecido
empezaran a desperezarse y se avecinara el
seísmo.
Y yo, ahí, enfrente de ti, gritando tan fuerte.
Y tú, ahí, enfrente de mí, oyendo el silencio.
Las calles se han desviado y tú has llegado
otra vez
al punto de partida y me has desmontado
y has atropellado con tus palabras aquello que ya no era
y has arrasado con
todo
–decir todo es decir
vida, principios, huidas-.
Debajo de la mesa se mezclan los residuos
de una historia que sigue amenazando.
El cariño es adictivo.
El dolor es propio.
El deseo a veces no se comparte.
Y solo en el mejor de los casos los regresos no son un
fracaso.