Tanta muerte ahí fuera.
Tanta nada.
Tanto polvo.
Tanta necedad.
Tanto frío.
Y, sin embargo,
tanta vida aquí dentro.
Qué injusto me parece ahora
renacer.
Qué estupidez estar vivo.
Todo lo que conozco
-que es exactamente todo lo que
puedo nombrar-
pierde el sentido que tenía
o, por el contrario,
lo gana de golpe.
No hay nada que importe ya
ni nada que deje de hacerlo,
y ambas acciones toman el
relevo
de su propio sentido con la
misma fuerza:
con la potencia de la rabia
acumulada
del que se sabe el único
superviviente de un naufragio.
Qué injusto que sea el dolor el
que nos una ahora,
a penas el meñique de tu mano izquierda
con el de mi mano derecha.
Un abrazo en la distancia.
Tus ojos y mis ojos
sobre el mismo texto.
Una emoción de ida y,
de vuelta,
un agradecimiento sin consuelo.