martes, 30 de diciembre de 2014

Por culpa de Margarit

He callado sobre cada beso que he dado
y al darme la vuelta me he dado cuenta
de que me llevaba conmigo algún abrazo de más.
He viajado con las manos llenas de displicencias
y las alas rotas.
He escondido más tequieros de los que lograré decir
jamás
aunque haya amado igual de frente que a escondidas.
He vivido con la visión corrompida de ser humano
neutral y desaforado.
He rendido cuentas a la injusticia del destino
que es quien menos entiende de leyes y equivalencias
sabiendo que es el presente quien lleva a la oportunidad
cogida por los pelos
a punto de soltarla tras mis pasos si yo no ando con los ojos abiertos.
Porque a veces los he cerrado,
he cerrado los ojos al cambio
y he impedido a la alegría ajena desbordarse entre boca y boca
para evitar la catástrofe de un derrame indisoluble de dolor,
aunque ese charco de agravios nunca llegara a salpicarme.
He querido evitar la vejez de los míos,
he deseado la muerte
para salvarlos así de la crueldad del paso del tiempo.
He querido construirme la vida así, como la ves,
sin contar con las ganas de abandonarme,
y no volver a callar sobre los besos
ni a tapiar la sonrisa con la que me recibes al sol
de este diciembre.
¿Y si descubro ahora, como dice Margarit,
que no estoy hecha de palabras por dentro?
¿Y si resulta que, como cualquier humano,
estoy hecha de huesos y músculos y órganos blandos,
de unos cuantos recuerdos, de esperanza renovable
y de bastante mediocridad?
Si es así, si al final esto no te cambiará la vida
-y, lo que es peor, no me la cambiará a mí-,
que sea la frustración quien se acerque lentamente,
me mire a los ojos y no me reconozca.

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