Decidió acompañar a sus propios pasos
hacia un futuro
convertido en pena
y soledad.
Decidió que su vida
sería estática
sin más deseos que los
cumplidos
y que no volvería a
pensar en nada
que le hiciera dudar.
Que se quedaría en su
portal,
achicando las noches de
febrero
una a una
hasta que no quedaran
ni las cenizas
de lo que nunca fue
pero pudo haber sido.
Nunca te quise
y nunca quise que te
quedaras
porque, en realidad,
nunca quise que
aparecieras.
Nunca tuve ganas de
abrazarte.
Nunca imaginé que me
besabas los párpados
ni que me cogías de la
mano
para llevarme en
volandas hacia tu orilla.
Nunca quise esperarte
sentada al pie de la cama
y verte dormir
y desayunar tostadas
en el balcón de mi piso
desde donde se veía el
mar
en un día de mayo como
hoy.
Nunca quise que
aquella noche
nadie me esperara en
casa
para no tener que dar
más explicaciones
que tu nombre repetido
entre mis labios
muchas veces.
Nunca dije que te soñé
tantas noches seguidas
que no supe jamás si
mirarte a los ojos
era despertar.
Nunca pensé que habías
llegado
para cambiarme la vida,
para rescatarme del
peso de mi propio cuerpo.
Nunca quise quedarme
ahí cuando estabas tú
porque nunca supe si
más allá de ti había algo
que mereciera la pena.
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