jueves, 5 de junio de 2014

El único parecido entre tu historia y la mía es que ambas terminaron


Decidió acompañar a sus propios pasos
hacia un futuro convertido en pena
y soledad.
Decidió que su vida sería estática
sin más deseos que los cumplidos
y que no volvería a pensar en nada
que le hiciera dudar.
Que se quedaría en su portal,
achicando las noches de febrero
una a una
hasta que no quedaran ni las cenizas
de lo que nunca fue pero pudo haber sido.


Nunca te quise
y nunca quise que te quedaras
porque, en realidad,
nunca quise que aparecieras.
Nunca tuve ganas de abrazarte.
Nunca imaginé que me besabas los párpados
ni que me cogías de la mano
para llevarme en volandas hacia tu orilla.
Nunca quise esperarte sentada al pie de la cama
y verte dormir
y desayunar tostadas en el balcón de mi piso
desde donde se veía el mar
en un día de mayo como hoy.
Nunca quise que aquella noche
nadie me esperara en casa
para no tener que dar más explicaciones
que tu nombre repetido entre mis labios
muchas veces.
Nunca dije que te soñé
tantas noches seguidas
que no supe jamás si mirarte a los ojos
era despertar.
Nunca pensé que habías llegado
para cambiarme la vida,
para rescatarme del peso de mi propio cuerpo.
Nunca quise quedarme ahí cuando estabas tú
porque nunca supe si más allá de ti había algo
que mereciera la pena.

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