miércoles, 12 de marzo de 2014

Burdo intento de salvarte la vida




Si te dijera que tu dolor sale de mis costillas
y viene a anudarme
la garganta como anuda un día de sol
a un otoño apagado:
estriñendo, apocando,
absorbiendo junto al alféizar de las ventanas
los claros de luz
con olor a yerbabuena.
Si te dijera que todo lo que veo
es un burdo intento de salvarte
la vida.
Que mientras te miro
a los ojos y me hablas desde esas pestañas
tuyas cortas e inflexibles
que peinan alguna lágrima rezagada,
y desde esa voz débil de quien sabe
lo que tiene
y no quiere perderlo,
mientras te miro y te escucho, decía,
también miro y escucho
a tu voz de los diecinueve
en medio de un amor recién nacido
que aún perdura;
a tu voz de los veintipocos
que convierte este pueblo y tu casa
en algo mucho más profundo que mi propio hogar;
a tu voz de los casi treinta
que después de buscarse a sí misma ha acabado
encontrándose en el mundo.
Si te dijera que podría atraparme dentro
de tu cuerpo torpe y enfrentarme a las penas
que te maltratan,
que podría apartar las nubes de delante
de tu continuo horizonte para que siempre
saliera el sol para ti,
que te haría vivir en medio
de una constante corriente de aire.
A mí se me pegarían a la piel
todas la formas y los volúmenes y los colores y los sonidos
de cada una de las felicidades que he vivido
a tu lado
sin saber qué hacer para ayudarte
mas que prestarte un abrazo tan largo
como largo sería un día libre de tus recuerdos.
Ahora que tú, la única persona capaz de sonreír
ante las ruinas de su propio
mundo,
tú,
quisieras huir
y yo quisiera quedarme solo si es contigo
y reconstruir tu destino piedra a piedra
con mis propias manos.

A ver, cómo te lo explico:
que quiero estar ahí,
y que fuera de ti no puedo crecer.

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