O
tender la pena
de
unos ojos que un día fueron míos.
Después
fueron tuyos
(y de
tu nombre).
Después
dejé de reconocerlos.
Y
ahora estoy aprendiendo a quererlos otra vez
como
propios.
Igual
que tú tendías una distancia
entre
las dos.
Yo la
cosía entre tu cuerpo y el mío
y tú,
entre
nuestros corazones
-que
es mucho peor-.
Tender
como
se tienden las melodías de unas manos exacerbadas
o los
poemas, de una voz consumida por las ausencias.
Tenderme
es lo
que hice conmigo misma
del
precipicio de tus labios.
Escalé
el abismo de tu nuca
con
los ojos ciegos
(uno
siempre es como un ciego
cuando mira de frente a lo desconocido:
todo atracción,
todo
tierra fértil,
todo
sendero sin fin).
Tenderte
es lo
que hice contigo
de mis
propias palabras y recuerdos.
Y,
sobre todo, tratar de entender.
Por
qué yo sí y tú no.
Por
qué yo tanto y tú tan poco.
Por
qué yo aún y tú ya no.
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