Música: Coyita de Gustavo Santaolalla
Volvería
ahora a ti
como
quien vuelve a un país desheredado,
a unos
campos ultrajados por memorias andantes,
a la
tierra fértil que era tu piel.
Volvería
como quien vuelve al laberinto
del
que logró salir victorioso
pero
no por eso menos culpable.
Regresaría
al rastro quedo de un gemido
contagioso
cada
dos por tres
y a
cuatro voces
con
eco en los cinco océanos
(o en
los cinco sentidos, si lo prefieres)
a las
seis de la mañana
en el
séptimo escalón
del
octavo balcón
de un
piso prestado.
Me quedaría
en la energía que fluye
de
sístole a diástole
entre
tu corazón y mi olvido contencioso.
Desandaría
el camino
que me
ha costado la ilusión
solo
para desvestirte,
para
recalificarte,
para
describir en braille los vértices
de tu
cuerpo
y
ponerle nombre a cada uno de tus poros.
Viajaría
a octubre,
a
septiembre si me apuras,
a la
verdad de aquel lunes por la mañana,
a tus
manos apartándome un mechón de pelo
de la
cara entre beso y beso,
para
acodarme en tu barriga
y
bailarte encima al ritmo de un silencio
constante
y precioso
que
vivía entre dos pares de ojos,
dos
pares de manos
y
cuatro piernas en tensión.
Volvería
solo a que me lamieras los arañazos
mientras
yo te quito el polvo de espejos
que
cayó encima de la última noche
que
soñaste conmigo.
Volvería,
y lo
haría sin lamentarme de la mala suerte.
Y en
silencio,
sobre
todo, lo haría en silencio
porque
lo único que nos sobraron fueron demasiadas
palabras
vacías y desacertadas.
Me
bastaría con saludarte y despedirme después.
Hablamos,
te diría al marcharme,
y
horas más tarde
tu
olor en mi piel me respondería en tu nombre.
Volvería
si no fuera por el miedo que me das,
y por
el miedo que me doy
cuando
combino mi humor con tus madrugadas.
No se
puede tener miedo a vivir,
me
escribiste aquella vez.
Y aquí
me tienes.
Tentando
a mi propia vida en tu ausencia
a
sabiendas que lo peligroso,
lo
devastador del miedo
no es
poseerlo
sino
proyectarlo al horizonte.