miércoles, 7 de mayo de 2014

Primavera

La vio en el cascabel de su risa
que llama al sol recién amanecido.
En la flores del almendro que pisan los niños
del parque que hay bajo su balcón,
en los pétalos que besan las hendiduras
de las suelas de sus zapatos diminutos.
La vio en la caricia párvula de un
joven diciembre sobre el que
reposa el puñal negro de la nostalgia.
La vio en la ceniza de estrellas
que forman constelaciones
con los lunares de un cuerpo cualquiera.
La vio salir con su cabellera alada y sus ojos
claros de azahar.
La vio, con su vientecito fresco de media tarde,
caer de bruces y levantarse
con las rodillas magulladas
porque la escarcha de la rutina silenciosa
le había atado los pies.
La vio alzar los brazos suplicante
rogando que no llegara verano,
que junio la aguardaba con su espuma
de mar revoltoso y sus mejillas sonrosadas,
y a ella los infinitos de las playas
siempre le habían dado mucho miedo.
Cuando la vio correr hacia el pasado,
cuando su piel atravesó las estaciones
al revés,
retrocediendo en el tiempo,
y se sucedieron invierno,
otoño y verano en bucle
mientras le rompían el vestido
y quedaban restos de ella en todos los días del año,
cuando la vio, definitivamente,
mudarse la piel
y echarse a la espalda un trimestre más
sin importarle hacia dónde el viento ha de girar,
entendió por fin aquel verso:
mañana es solo un adverbio de tiempo.

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