Porque no existe ni una sola
vez en la que intentarlo
no merezca la pena.
Por eso sé que debe ser
precioso
el momento en el que vuelvas.
Tú.
Tus
ojos
enormes
sobre
todo.
Sobre
mí.
Ese momento en el que yo
pueda dejar de torcerme
-y retorcerme-
por la senda de un camino cuyos
límites difusos se debaten
entre
dos besos litúrgicos y una
vuelta de tuerca más,
y vuelva a revolcarme
sobre un pasado que será como
este presente pero
sin piedad.
Solo por eso, porque no soporto
esta distancia que no
comprendo,
en la que no encuentro lugar
donde esconderme.
Solo por imaginarme
que llegará ese momento otra
vez
merece la pena esperarte.
Me quedo aquí
con la sonrisa desdibujada
y las lágrimas
en la comisura de los labios.
Me quedo en un aquí que se me hace
tan extraño como tu forma de
huir.
Me quedo aquí recordando por
qué te quiero.
Añorando la forma que tienes de
dar siempre
lo mejor de ti.
Admirando esa capacidad tuya
de cambiarme la vida.
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